“El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del omnipotente”. Quizás éste sea uno de los salmos más conocidos en el mundo entero. Muchas Biblias acumulan tierra sobre sus hojas abiertas en este libro. Pero es tiempo de quitar esa tierra de encima y darle vida a esta poderosa y excelente promesa, pues aquellos que la crean y pongan por obra, gozarán de la protección y el cuidado divino.
Habitar no es visitar, habitar es permanecer en un lugar y hacer de él nuestra residencia cotidiana. Habitar es convertir un sitio en nuestro hogar, es comer, descansar, disfrutar, vivir experiencias, mostrarnos tal cual somos. La promesa de Dios está dirigida para aquellas personas que han hecho de su presencia su hogar permanente. Muchos recurren a Dios cuando se encuentran desbordados de problemas, cuando les falló la economía, o una enfermedad golpeó su cuerpo, cuando la familia se derrumbó y no encuentran una salida. Dios no tiene inconveniente con eso, la mejor decisión siempre será recurrir a su misericordia pues nuestro socorro proviene de lo alto. La invitación de Dios siempre será: “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. No hay nada mejor que correr a Jesús y depositar en él todas nuestras cargas, pues él cumple su promesa y es poderoso para despojarnos de nuestros dolores y darnos descanso.
“La promesa de Dios está dirigida para aquellas personas que han hecho de su presencia su hogar permanente"
Tristemente muchas personas, una vez cubiertas sus necesidades y resueltos sus problemas, se olvidan de quien los rescató y abandonan la fe y la comunión que un día supieron tener. Se salen rápidamente de la cobertura de Dios y su postrer estado viene a ser peor que el primero. Piensan insensatamente que ya no necesitan de Dios y que estarán mejor lejos de él, y terminan sin rumbo ni propósito.
Pero el que habita al abrigo del altísimo, morará bajo a la sombra del omnipotente. Cuando confiamos en Dios y buscamos su rostro en todo tiempo, momento y circunstancia, somos verdaderamente privilegiados con la protección y el amparo divino. Dios se encarga de librarnos de los lazos del mal, y protegernos de toda maldición. Él se convierte en nuestro escudo y nos da seguridad de modo que no tememos mal alguno. Aunque a nuestro alrededor las cosas vayan de mal en peor, Dios se encarga de proveernos todo lo que necesitamos.
Encárgate en este año de entrar en comunión con Dios, vive en su presencia, y él enviará ángeles a cuidar tu camino, tu pie no tropezará, tendrás larga vida y hallarás salvación.
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