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Ap. Víctor Doroschuk

Cuidado a quien le abres la puerta


Esta frase, consejo y advertencia la hemos oído desde niños. Nuestros padres nos amonestaban a no permitir que ningún extraño ingresara a la casa, ni siquiera le debíamos abrir la puerta. Este cuidado lo seguimos teniendo y enseñándoles a nuestros hijos a ser precavidos; consideramos valioso nuestro hogar y no permitimos que un extraño merodee o ingrese a él. Las puertas sólo se abren a las personas de confianza, la familia y a los amigos.

Si nosotros tenemos tal cuidado en nuestra casa, cuanto más lo tendrá Dios en sus asuntos.

Dice Apocalipsis 22:14-15 “Benditos son los que lavan sus ropas. A ellos se les permitirá entrar por las puertas de la ciudad y comer del fruto del árbol de la vida. Fuera de la ciudad están los perros: los que practican la brujería, los que cometen inmoralidades sexuales, los asesinos, los que rinden culto a ídolos, y todos los que se deleitan en vivir una mentira.”

Está claro que hay personas que estarán eternamente con Dios y otras que quedarán excluidos de su presencia, la gran diferencia está en quienes lavaron sus ropas para poder entrar. Dios, que es tres veces Santo, no permitirá que nada inmundo entre en su Reino, él se reserva el derecho de admisión, pues él es el Creador, dueño y señor de todas las cosas.

En cuanto al pecado, las manchas o inmundicias como quieras llamarle, no hay distinción de personas “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. La buena noticia es que podemos ser justificados gratuitamente por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados.

No debemos caer en el error de querer lavar nuestros pecados con plegarias formales, con limosnas ocasionales, o con ceremonias o ritos externos, sacrificios y obras humanas que son muertas y ningún valor tienen frente a un Dios vivo. Nuestra terrible condición no puede ser limpiada sino por un terrible derramamiento de sangre, y Jesús sufrió esa muerte espantosa que a nosotros nos dio vida.

No fue una muerte por enfermedad, o por vejez, sino una muerte violenta llena de sangre.Si quieres que Dios te abra las puertas de su casa, ten fe en esta sangre, que por vos fue derramada y tendrás entrada a la vida eterna.

 

“No debemos caer en el error de querer lavar nuestros pecados con plegarias formales, con limosnas ocasionales, o con ceremonias o ritos externos, sacrificios y obras humanas que son muertas y ningún valor tienen frente a un Dios vivo."

 

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