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Que importante que es para las personas contar con la presencia física de sus líderes, ya sean políticos, económicos o religiosos. Vemos como a lo largo y a lo ancho del planeta la visita de algún personaje público genera expectativas, grandes movimientos y hasta adoración. No resulta extraño que quienes ocupan dichos cargos pretendan perpetuarse en su posición hasta la muerte. Sin embargo, Jesucristo, el líder más influyente de todos los tiempos, reunido junto a sus seguidores dijo:
“Les conviene que me vaya porque, si no lo hago, el Consolador no vendrá a ustedes; en cambio, si me voy, se los enviaré.”
San Juan 16:7
La presencia corporal de Cristo causaba todo tipo de sensaciones; para sus amados representaba la esperanza viva prometida desde la antigüedad y la garantía de libertad, transmitía consuelo, paz y generaba admiración, era como un manantial en medio del desierto donde la gente encontraba refugio y refrigerio. Nadie en la historia había dicho y hecho cosas semejantes a las suyas. Miles acudían a él para ser sanados o simplemente para deleitarse con sus palabras. Es por eso que muchos lo querían proclamar rey y que comenzara a gobernar en su región. Sin embargo, él siempre anunciaba su muerte como necesaria e imprescindible para toda la humanidad, esto causaba tristeza en quienes lo rodeaban y que habían visto en él al líder que podría llevar las riendas de la nación. Luego del calvario y de la resurrección muchos recobraron la esperanza de que habitara corporalmente y concluyera la revolución espiritual, política y social más grande de todos los tiempos. Pero los planes y propósitos de Dios no se cumplen como el hombre quiere, sino como su perfecta voluntad lo dispone.
Podríamos imaginar cómo hubiese sido si Cristo continuara su ministerio corporalmente en tierra. Sus discursos, milagros y viajes serían seguidos por todos los medios de comunicación. Ningún misterio podría confundirnos y esperaríamos la oportunidad de que visitara nuestra ciudad para tenerlo más cerca. Pero él eligió un camino aún mejor, decidió estar presente en todos los lugares del planeta al mismo tiempo, allí donde su nombre sea invocado, para eso era necesaria su ascensión y la venida del Espíritu Santo. Esto sucedió en el día del pentecostés y desde entonces Cristo se manifiesta mediante el Espíritu en los corazones que lo invocan, haciendo cosas aún mayores que cuando estuvo físicamente, trayendo paz, perdón, sanidad, libertad y gozo.
¡Gracias a Dios por el Espíritu Santo! Él está a tu lado, invócalo y entrará en tu corazón.