Qué bueno es que, luego de una extensa jornada repleta de actividades, trabajo, trámites, discusiones y estrés, podamos sentarnos a cenar en familia o con buenos amigos y disfrutar de la compañía de esas personas que representan un cable a tierra para nuestras vidas, en medio de esos días tan agotadores. Más allá de la comida que tengamos en la mesa, lo más reconfortante es la intimidad de las charlas, lo relajado del ambiente, la cordialidad del trato, la espontaneidad de los temas, lo genuino de las emociones. Es muy agradable cenar con personas que traen paz al corazón, alegría al alma y buena compañía. Contar con este tipo de personas a nuestro lado es un verdadero regalo de Dios.
"Pero lo más extraordinario de todo es que Dios
mismo quiera cenar con nosotros."
Dice Apocalipsis 3:20 “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo.”
Sin dudas esta es la cena más importante de toda la vida; en ella se conjuga lo grandioso e importante de nuestro comensal, con lo sencillo y agradable de su amor y amistad. No hay nada más confortable que una cena con el creador del universo, el autor de la vida, el salvador del mundo. En esto radica lo grandioso del evangelio, mientras muchos se hacen una imagen de un dios distante y ajeno a nuestros problemas, Jesús es la imagen de un Dios amable, cercano y dispuesto a entrar en comunión con los hombres. Él está a la puerta de tu corazón y mediante estas palabras está golpeando para entrar, cenar y conversar sobre esos asuntos que inquietan tu alma y no te dejan tener paz en tu interior.
Quizás no quieras abrir por lo desordenado y sucio que está tu corazón, por las cosas que escondes por años y no has querido soltar, o talvez, porque no creas que Dios puede personalmente venir hasta tu vida y la duda e incredulidad son los principales huéspedes de tu casa.
Este es el día, oye atentamente la voz de Dios y decide abrirle las puertas de tu corazón para tener aquella cena que por mucho tiempo has postergado, por orgullo, por prejuicios o simplemente por indiferencia. Abre tu boca y dile: Señor Jesús, gracias por venir hasta mi vida, te abro las puertas de mi corazón, perdona y limpia mis pecados, te acepto como mi Señor y Salvador. Amén