La tranquilidad de un ingeniero que proyecta la construcción de un edificio radica en el cálculo de los fundamentos, vigas y columnas. En este sentido, dichos profesionales son bastantes minuciosos y precavidos a la hora de elaborar un plano, pues consideran la alta probabilidad de que ocurra un terremoto y estudian la forma que el edificio en cuestión soporte y no colapse en el momento. En nuestra zona hay estadísticas que aseguran la recurrencia de grandes sismos cada cierto tiempo y los responsables de la construcción no pueden ser ajenos a este hecho. De la misma manera y con un grado aún mayor de certeza, a cada uno de nosotros nos llegará la hora cuando el terremoto de la muerte sacuda nuestro cuerpo y estremezca las fibras más íntimas de nuestro ser. En ese momento, este edificio corporal se desplomará, el muro de la piel se desvanecerá, las luces se apagarán y por sus conductos dejará de fluir la vida. Amigo lector, indefectiblemente eso sucederá, y lo que hoy se levanta como un fuerte edificio, el día de mañana quedará reducido en polvo y cenizas. La pregunta es la siguiente:
¿Dejarás que tu alma se desplome, así como lo hace tu cuerpo y sea destruida por el fuego del infierno?
Muchas personas prefieren no pensar en este tema, y otras, neciamente, creen que han puesto los fundamentos necesarios para que su vida no perezca. Piensan que quedarán en pie después del terremoto, tienen una falsa seguridad producto de la ignorancia. Muchos apelan a sus buenas obras, otros a que nunca han hecho algo malo, y una gran mayoría se escudan asistiendo a un templo. Nada de esto librará tu alma, si bien es mejor que lo hagas, la justicia de Dios establece que quienes tendrán vida eterna junto a él son los que creyeron en Jesucristo, se arrepintieron de sus pecados y nacieron de nuevo por medio de la fe. Es imposible poner otro fundamento de Salvación. Tu propia justicia no te salvará, tu conciencia no es buen termómetro para decidir tu destino, y por más buenas obras que hagas nada podrá remediar tu condición de pecador. Solo la sangre de Cristo puede limpiarte y asegurarte la vida eterna. Te animo a que pongas este fundamento en tu vida y disfrutarás de una verdadera paz y comunión con Dios, sabiendo que cuando llegue a la muerte, tu alma permanecerá para siempre.